El palacio de la medianoche by Carlos Ruiz Zafón

El palacio de la medianoche by Carlos Ruiz Zafón

autor:Carlos Ruiz Zafón
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 1994-01-01T05:00:00+00:00


El pájaro de fuego

La boca del túnel emergía al aire libre bajo la arcada de un pequeño puente de madera, tendido sobre la laguna que se extendía formando un oscuro manto de terciopelo frente a la casa del ingeniero Chandra Chatterghee. Sheere condujo a los dos muchachos a través de una angosta orilla arcillosa que cedía bajo sus pies hasta el extremo del estanque y se detuvo a contemplar el edificio con el que había soñado durante toda su vida. Aquella noche podía verlo con sus propios ojos por primera vez bajo la bóveda de estrellas y nubes en tránsito que dibujaban una fuga al infinito. Ian y Ben se unieron a ella en silencio.

La construcción era un edificio de dos plantas flanqueado por dos torres que se alzaban a cada extremo. Su fisonomía fundía rasgos de varios estilos arquitectónicos, desde los perfiles eduardinos a las extravagancias paladinescas y las siluetas que se dirían prestadas de un castillo perdido en los montes de Baviera. El conjunto, sin embargo conservaba una serena elegancia que desafiaba la mirada crítica del observador. La casa parecía proyectar un embrujo seductor que, tras la primera impresión de perplejidad, sugería que aquella imposible disparidad de estilos y trazos había sido concebida para que conviviesen en armonía.

Oculta en la densa jungla de vegetación salvaje que la camuflaba en el corazón de la ciudad negra, la morada del ingeniero ofrecía un sólido aspecto palaciego y se erguía altiva frente a la laguna, como un gran cisne negro contemplando su reflejo en un estanque de obsidiana.

—¿Es así como la describió tu padre? —preguntó Ian.

Sheere asintió, maravillada, y se dirigió hacia el umbral de los escalones que ascendían hasta la puerta de la casa. Ben e Ian la observaron con reservas, preguntándose cómo pensaba entrar en aquella fortaleza. Sheere, por su parte, parecía desenvolverse en aquel enigmático entorno como si hubiera sido su morada desde la infancia. La naturalidad con que rodeaba obstáculos que aparecían velados por el manto de la noche inspiraba en los dos muchachos una extraña sensación de saberse intrusos, invitados accidentales al encuentro entre Sheere y el sueño que había alimentado en sus años nómadas. Al contemplarla ascender aquellos peldaños, Ben e Ian comprendieron que aquel lugar desierto y envuelto en un halo fantasmal era el único y verdadero hogar que la muchacha había tenido.

¿Vais a quedaros ahí toda la noche? —preguntó Sheere desde lo alto de la escalinata.

—Nos estábamos preguntando por dónde íbamos a entrar —apuntó Ben e Ian asintió suscribiendo la duda de su amigo.

—Yo tengo la llave dijo la muchacha.

—¿La llave? —preguntó Ben—. ¿Dónde?

—Aquí —respondió Sheere señalando su cabeza con el dedo índice. Las cerraduras de esta casa no pueden abrirse con una llave convencional. Existe una clave.

Ben e Ian se aproximaron, intrigados. Al llegar a la puerta, ambos pudieron comprobar que en el centro se encontraba una serie de cuatro ruedas superpuestas sobre un eje, de mayor a menor diámetro a medida que se encontraban más alejadas de la superficie. En el



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